«A mayor nivel de asociacionismo, mayor capacidad de respuesta tendremos los agricultores».

Un artículo de Lorenzo Ramos Silva, secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA).

Las explotaciones de carácter familiar se enfrentan a una coyuntura repleta de dificultades. La baja rentabilidad de la actividad agraria es el principal escollo que rompe en muchas ocasiones un relevo generacional en las explotaciones familiares que podría y debería ser más natural. Está demostrado que la organización de los agricultores y ganaderos en cooperativas contribuye a mejorar la rentabilidad de las explotaciones y beneficia a todo el territorio.

En España, por ejemplo, más del 80% de las explotaciones son familiares. El modelo familiar es el que asegura una producción de alimentos de calidad, respetando al mismo tiempo el medio ambiente, manteniendo la vida en los pueblos y vertebrando el territorio. Así lo creemos los agricultores y ganaderos españoles y así se lo transmitimos a los Gobiernos, a todos los niveles.

Pero los problemas a los que debemos enfrentarnos son muchos y complejos. En España, muchos territorios tienen características geográficas que dificultan en gran medida la actividad agraria. Además, el tipo de régimen de propiedad de la tierra provoca una elevada parcelación que pone trabas a la viabilidad de la explotación.
El despoblamiento y envejecimiento del mundo rural son consecuencia directa de la falta de un futuro claro para nuestros jóvenes en los pueblos. El incremento de los costes de producción y los escasos precios que reciben los agricultores por parte de intermediarios, comerciales e industriales desanima a muchos de nuestros jóvenes a seguir en el pueblo y apostar por la continuidad de la explotación familiar.

Según mi experiencia personal y la de la organización a la que represento, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), la agricultura familiar debe apostar por el cooperativismo como herramienta de futuro. A mayor nivel de asociacionismo, mayor capacidad de respuesta tendremos los agricultores ante los vaivenes del liberalizado mercado mundial.

Cuanto más unidos y coordinados estemos, más protegidos estaremos ante los desequilibrios anuales de las cosechas, las oscilaciones de los precios y la entrada de producciones muy competitivas debido a sus menores costes. Y el modelo de asociación agraria con mejores posibilidades de lograr ese objetivo es la cooperativa agraria.

Una cooperativa de cualquier producto o sector, debería tener los mecanismos suficientes para hacer frente a los cambios en los gustos del consumidor, bajadas indiscriminadas de precios en origen, control del exceso de oferta, adopción de nuevas técnicas de producción, mejoras de la calidad y protección frente a la entrada de productos de terceros países.

Tenemos que exigir –y desde UPA así lo hacemos- que las Administraciones fomenten la creación de cooperativas, pero también debemos velar porque éstas no pierdan su carácter social y se conviertan en meras empresas de comercialización. Al igual que a la política agraria se le exige que se centre en el productor frente al producto, a la c

ooperativa hay que exigirle que prevalezca su carácter social, que no pierdan el rostro de los agricultores, y en especial de la agricultura familiar, porque en caso contrario no habrá diferencia entre una cooperativa y una sociedad privada de comercialización.

Está de sobra demostrado que la unión hace la fuerza, y los agricultores y ganaderos estamos muy necesitados de fuerza, sobre todo, a la hora de vender nuestra producción.

* Este artículo pertenece a una serie de artículos de autores notables, llevado a cabo con el apoyo de la International Land Coalition, que analizan diferentes cuestiones de relevancia relacionadas con la Agricultura Familiar.

Artículo anteriorPor el futuro de la agricultura familiar
Artículo siguienteLa agricultura invisible